Sólo en una habitación vacía a medio iluminar. Rayos de sol ingresando por tímidamente por las persianas mal cerradas. Brisa suave acariciando hojas que danzan en vaivén. Cultivo mi soledad labrando la tierra seca del piso de madera. Afloran recuerdos de un año que esta cercano a culminar. La radio no deja de hablarme al oído aunque por momentos no la escucho. El televisor apagado refleja imágenes quietas. La computadora no deja de refrescarse. Los almohadones del sillón me miran caminar descalzo y me hacen un guiño como invitándome a pasar un rato con ellos. Algo esta pasando en mi interior, algo que no logro identificar. Me siento sin relleno pero no levito. No siento la presión de la gravedad pero tampoco mido la gravedad de no sentir presión. Se aproximan días claves que definirán un futuro aún incierto. No vivo el hoy, no proyecto el mañana, me aferro al ayer como si fuera todo lo que tengo. Recuerdos, preguntas sin respuesta, misterios sin resolver, verdades ocultas, sentimientos reprimidos que duermen dentro de mí y quieren escapar en libertad. Cedí las llaves de mi corazón y perdí el alma pero sin haber hecho ningún pacto con el diablo. La canilla abierta, el agua corre impetuosa sin detenerse a observar qué sucede a su alrededor. Cambia de un estado al otro sin perder su esencia. Se disuelve en vapor colándose entre las fauces de mis narices, penetrando en mi sistema, activando mis neuronas. Pequeñas descargas eléctricas que cuentan historias y aprenden. Un libro abierto lleno de conocimiento. Hojas y hojas con sueños, pesadillas, que me alimentan y envenenan. Un viaje esquivando piedras y eligiendo caminos que no siempre son certeros. Arrepentimiento, angustia, dolor. Resucitando con miedo esas cenizas que todavía se mantienen encendidas. Cuando lo nuevo ya no es nuevo, sino que sólo es un recuerdo que despierta luego de un largo olvido. Cuando los relatos que escribo se duplican con papel carbónico, cuando la tinta no se desprende de la lapicera que se mueve a pesar de que mi mano permanezca estática. La voz me tiembla. Mi pulso se desacelera mientras las cortinas se empecinan en obstruir el paso de la luz. Reina la calma en el ojo de la tormenta. Naufrago sin horizonte. No hay brújulas, estrellas ni rosa de los vientos que puedan indicarme el norte. Ya no hay luz. Ya todo es oscuridad. Silencio. Mi cuerpo ya no tiene alma. Mi corazón ya no late. Me desvanezco.
(21-11-2007)
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