Serenidad

Antes de dormir me acuesto a meditar. Pienso en los sucesos del día. Filtro los hechos y me quedo sólo con los que encuentro más significativos. Veo imágenes. Escucho sonidos. Vivo sensaciones como si cada recuerdo se volviera a repetir en este instante. El humo del incienso perfuma el ambiente y la birome escribe al ritmo de mi respiración. Dentro del repaso que hago, destaco planteos y replanteos, decisiones pasadas, presentes y con incidencia en el futuro. Mi diafragma sube y baja alternadamente. El aire acondicionado remueve la humedad del dormitorio. No hace calor pero siento esa desagradable sensación como si tuviera el cuerpo pegajoso. Miro el techo. Luego un cuadro. Cierro los ojos y me concentro en la nada misma. Dejo la mente en blanco. Sólo escucho las palabras que mi mano dibuja sobre la hoja de papel. Digo mucho. Hablo solo. Sólo escribo. Leo y siento. Siento sonidos. Escucho el silencio. De fondo algún auto que pasa por una calle cercana o quizás un perro que ladra para llamar la atención. Y yo qué puedo hacer? Cómo imitar el ladrido para que las miradas se dirijan hacia mi? De qué forma mirar para sentir esas caricias que alejen mi sufrir? Estoy dispuesto a cambiar con tal de poder vivir. En la esquina, la guitarra que trae a mi memoria antiguos recuerdos de varios años atrás cuando no tenía preocupaciones. Aquella época que me veía crecer entre libertad y paisajes pintorescos que ahora brillan en la oscuridad del pasado. Lleno mis pulmones y suspiro. Cierro los ojos una vez más y me conecto con mi interior. Viajo junto con el aire que inhalo. Transito desde la nariz hasta la profundidad de mis entrañas. Exhalo y me relajo. No quiero pensar en el mañana sino enfocarme en el ayer. Me dispongo cómodamente en la cama entreabierta, enciendo la música y me entrego a rememorar una parte de mi historia en forma de un sueño con el que seguro lograré descansar en esta noche serena.

(21-04-2008)

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